Es difícil traer al presente recuerdos de cosas que pasaron hace muchos, muchos años atrás. Creo que de tanto contarlos, éstos, se van distorsionando. Nunca se cuentan de la misma manera, se agregan o se omiten cosas.
Hacía poco tiempo que nos
habíamos mudado. Entre otras cosas, tuvimos que cambiar de escuela. Hoy sé, que
las mudanzas son muy traumáticas, afectan mucho; pero en ese momento de mi vida
no sabía nada de todo eso. Pero sé que algo pasó en mí. Fue, creo yo, el
detonante para pensar.
Mi primer día de clase en la nueva escuela. El
nerviosismo de la noche anterior se hizo notar. Me costó levantarme. Me dormí
muy tarde pensando cómo sería.
Mamá nos preparó para el desayuno, mate cocido y pan
con manteca, nos puso como regalo un poco de azúcar en el pan. Mis hermanos
mayores ya habían terminado el primario. Mie hermanita y yo íbamos a ir a esa
escuela. Mi mamá estuvo planchando hasta tarde, tenía una plancha que calentaba
en el calentador. Con eso, recuerdo que no teníamos cocina, solo un fogón a
carbón o leña.
Era linda mi mamá. Alta, delgada, con una sonrisa
hermosa. Ella trabajaba en una casa de familia en el centro. Ese día nos
acompañó hasta un puente de la avenida 72 que lo llamaban pasarela, construido
para que las personas que vivíamos del otro lado de las vías, pudiéramos pasar
sin correr riesgos y los niños llegar a la escuela. Así llamaban a los que
vivíamos en ese lugar: “Los del otro lado de la vía”.
Todo era nuevo. Me dio mucho miedo subir los escalones
de ese puente. Por mucho tiempo me dieron mareos cuando caminaba por ahí
arriba, viendo los autos pasar por debajo. Allí nos despidió mi mamá
diciéndonos: “Sigan a los otros chicos”. Ella tomaría el micro para ir a su
trabajo. Tomé a mi hermanita muy fuerte de la mano y hubo un nuevo comienzo. El
puente tenía casi…. No sé…. Una cuadra y media de ahora. Los chicos corrían.
Ellos ya estaban acostumbrados.
Al bajar teníamos que recorrer la estación provincial
y salir a la calle 18 que es donde queda la escuela.
La estación es la que ahora llaman, “Vieja Estación”.
El ir y venir de los trenes de carga que llegaban de otro lugar me
impresionaba. Los estibadores a pecho descubierto, subían y bajaban bolsas con
distintos granos, semillas, leña, carbón que trasladaban a distintos lugares de
la provincia. Todo eso me aturdía, pero teníamos que llegar a la escuela.
Llegamos. Los niños en el patio, cantaban “Aurora”. La
directora nos dijo que esperáramos en la dirección; pronto vendrán sus maestras
a buscarlas. Pasado un rato se abrió una puerta, y aparecieron dos maestras muy
sonrientes que preguntaron nuestro nombre y otras cosas.
Mie hermanita salió de la mano de su maestra, sin
antes poder decirle que me esperara al salir, que nuestra hermana mayor vendría
a buscarnos.
Ella me miró. Era hermosa. Rubia, muy menuda. Su blancura
se confundía con el blanco de su delantal, y dijo: “Yo soy Angélica Coccucio,
tu nueva maestra.”
El tiempo que pase con mi nueva maestra fue inolvidable.
Una de las personas que más me marcó en mi vida. Creo que sin ella, mi camino
hubiera sido diferente. Me enseño que en la vida nada es fácil. Que todo es
sacrificio. Que nadie da nada por nada. Que hay que luchar por los sueños. Que todos
tenemos derecho a soñar, a no dejar que te los roben. A hacer valer mis
derechos.
Claro está que todo eso lo comprendí, ya pasado los
años. Fue muy fuerte su presencia en mí. En una oportunidad, hubo un concurso
en la escuela. Quinto y sexto grado tenían que escribir una redacción. Todos participaron.
Recuerdo que cuando me nombraron, la emoción fue muy grande. También nombraron
a la hija de la directora. Un empate dijeron.
Mi maestra y la maestra de la hija de la directora, leerían
las redacciones. Por los aplausos, se decía que había ganado la hija de la
directora.
Vi a mi maestra bajar del
escenario. Su rostro estaba triste. Corrí hacia ella y la abracé fuerte.
No se preocupe, yo nunca
voy a dejar que me roben los sueños, le dije. Ella respondió: tené la plena
seguridad de que ganaste, sos la mejor.
Creo que desde entonces
empecé a escribir.
Ya siendo adulta, recordé ese
episodio. Muchas cosas habían pasado. La vida paso. No pude terminar el
secundario en ese entonces, ya siendo abuela de tres hermosos nietos decidí
terminar mis estudios.
Fui a un plan “Fines”, me
recibí. Pero eso era poco. Mi sueño siempre fue, ir a la facultad. No dejes que
te roben los sueños recordé, y me anote en periodismo. Fui casi un año, pero no
por nada, todo se hace a su edad. Me sentí feliz.
Realicé muchas cosas, cumplí
mis sueños; pero siempre acompañada por sus consejos.
Siempre en mi corazón
Señorita Angélica Coccucio, mi maestra de sexto grado.