Un largo viaje.
Una de las experiencias más enriquecedoras, sin duda es viajar, a veces son una
hermosa manera de adquirir aprendizaje, conocimientos, sensaciones imperdibles,
que no somos capaces de manifestar en nuestra rutina. Nuestro mundo crece y personalmente
nos vuelve más ricos en sabiduría y conocimientos. Pero… no siempre podemos
hacer largos viajes, éste es uno de esos, un viaje en colectivo, que apenas
duró veinte minutos, los veinte minutos más largos de mi vida.
Buscaré en el baúl de mis recuerdos esos maravillosos momentos de mis sueños
juveniles. Lo recuerdo como si fuera el primero, porque lo viví tan intensamente…
Él siempre estaba ahí, recostado en la vidriera del negocio de la esquina donde paraba el colectivo, sus ojos grises me miraban con intensidad, su pelo impecable también su ropa, se veía que a su madre le gustaba tejer porque siempre lucía pulóveres distintos, de hermosos colores, camisita blanca y corbata que le daba un aire de ejecutivo.
Me embrujaban sus ojos, eran bellísimos.
Cuando llegaba a las doce y cuarto, él siempre estaba, los días de lluvia, se cubría bajo el alero de la casa, nunca decía nada y tampoco subía al colectivo.
Yo tenía que estar a la una de la tarde en el colegio, el micro partía y me iba “boba” pensando en él.
Así pasaron varios meses, ¿Qué haría cuando yo me iba?, ¿Con quién saldría?, ¿Esperaría a alguien más? .
Durante todo ese tiempo, todo fue igual.
Un día llegué tarde, perdí el micro aunque corrí para alcanzarlo no lo logré, lo peor fue no encontrar esos ojos brujos que me miraban desde la vidriera, me puse muy nerviosa, tenía rabia, ¿Dónde estará? Me pregunté ¿O con quién estaría?, los ojos se me llenaron de lágrimas, la bronca me destruía, de repente, una voz que me inundó el alma me dijo: - ¿Pasó algo que llegaste tarde?- No sabía si caerme desmayada o qué, lentamente me di vuelta y me encontré con esos ojos, le respondí: -Mi mamá está enferma, y tuve que ayudar, por eso llegué tarde- No sabía qué hacer, quería morirme, ¡pero de alegría!, él me hablaba como si me conociera de antes y mientras lo hacía, vi venir el colectivo.
Cuando paró, subí y atrás mío él, al sacar el boleto me dijo: -Yo pago, vos sentáte, ¡Había subido al colectivo! .
El asiento del fondo estaba desocupado, el corazón me latía a mil, desde ahí lo vi avanzar… el trayecto duró una eternidad, sus ojos brujos me miraban fijamente, todo en mí era un revuelo, no podía pensar, tenía el dinero del boleto en la mano, intenté dárselo, pero dijo: -No te enojes, permíteme hacerlo- me quedé mirándolo con la boca abierta, sonriendo dijo: -Esa boca está para un beso- como si no hubiera escuchado le pregunté: -¿Qué dijiste?- y me respondió: -¿Querés ser mi novia?- pensé y le contesté: -Si no nos conocemos-, -No podes decir eso, hace cinco meses que nos vemos-, lo miré a los ojos y dije: -No sé, probemos-, pasó sus brazos sobre mi hombro, me recostó sobre su pecho y dijo: -Esperé tanto este momento-.
El viaje terminó, me tomó de la mano y me susurró al oído: -Te espero a la salida para que charlemos-.
Fueron los veinte minutos más largos de mi vida, porque duraron cincuenta años.