Leningrado,
1941. La guerra ésta lejos, Tatiana y Dasha Metalof viven en un minúsculo
departamento con sus padres, sus abuelos y el hermano mellizo de Tatiana. La
vida es dura con Stalin, pero ni siquiera imaginan las privaciones que aún les
espera. La luz entró a través de la ventana desparramando la mañana por toda la
habitación, Tatiana Metalof dormía el sueño de los inocentes, el sueño de la
alegría de las cálidas y blancas noches de Leningrado, de los jazmines en
junio, pero sobre todo rebosante de vida dormía el sueño exuberante de la
intrépida juventud.
No
durmió mucho más.- Levántate ahora mismo escuchó. Dentro de unos minutos
transmitirán un anuncio muy importante por la radio. - mamá, ¿qué anuncio?,
espió de reojo la expresión tensa de su
madre ¿Qué anuncio?,- transmitirán un anuncio del gobierno dentro de unos
minutos. Eso no era frecuente, algo pasaba.
Sonaron
unas descargas estáticas en la radio, eran las doce y media del 22 de junio de
1941.
-Hombres
y mujeres, ciudadanos de la Unión Soviética, el comandante Stalin me ha encomendado
la lectura del siguiente comunicado, anuncian en la radio. A las cuatro de la
mañana sin una declaración de guerra las tropas alemanas han atacado nuestro
país y han efectuado bombardeos aéreos. El gobierno los llama, ciudadanos y
ciudadanas para que los agrupéis todavía más estrechamente alrededor de nuestro
partido bolchevique. Nuestra causa es justa, el enemigo será aplastado, la
victoria será nuestra.
No
he podido despegarme de mi libro de turno ni un solo momento, pienso: ¿cómo
será mi día cuando no tenga qué leer? durante cinco minutos no hubo manifestaciones
de guerra sólo un precioso domingo de junio en Leningrado, Tatiana desvió la
vista un momento y vio a un soldado que la miraba desde otro lado de la calle,
Leningrado estaba llena de soldados pero ese la miraba con una expresión que
nunca había visto antes.
No
acababa de decidir si él tenía más o menos su misma edad, no parecía mayor, era
un joven que la miraba con los ojos de un hombre. Él vino a sentarse en el
banco, compartieron el silencio, -¿cómo podrían compartir el silencio si
acababan de conocerse?, es más, no se
conocían en absoluto, ni siquiera el nombre ¿Cómo podrían compartir nada?
En
cada libro que he leído hay una historia
que he vivido intensamente, en mí esas fantasías se hacen realidad, en
vano trato de apartarlas.
En
unas horas tengo que ir al Pepan, pero ésta lectura me consume, ésta sed de
leer anula cualquier esfuerzo de mi voluntad, ¿Cómo no interpretar a los
personajes si a veces mi propia historia es similar?
Me
vestí de prisa, sabía que tenía que salir rápidamente, sino no lo haría. Llegué
al Pepan, tenía que entregar trabajos a mi profesor de relato de vida, abandoné
el coche que me llevo pensando en Alexander y Tatiana, protagonistas de la
novela que estoy leyendo, ¡Cuánto amor los une!, tanto más después de haber
probado el dulce fruto de la pasión.
En
la más horrible de las situaciones, como el inicio de la guerra nace en ellos
la más hermosa sensación de sus vidas, el amor.
Entrega
y horror. La guerra estalla del otro lado del rio, Hitler contra Rusia. Esa
noche los sonidos a bombas fueron intensos, los gritos de las madres y todo eso
no me dejaba escuchar ni entender los relatos de mis compañeros porque en mi
mente estaba en el último capítulo de la novela. No podía imaginar el final, me
puse de pie. Por mi mente pasó como dulce sinfonía la palabra biblioteca, no lo
pensé dos veces, solo pedí permiso y salí. Sabía que el libro estaba allí
porque lo había visto sobre el escritorio de la biblioteca. El trecho que me
separa del patio es extenso, recorro una hermosa galería luminosa de amplios
ventanales, por donde la luz del día se filtra como un regalo de la naturaleza.
A la derecha, amplios salones de techos muy altos y pisos de madera, cálidos,
limpios y amplios, nada que ver con los minúsculos ambientes donde viven los
Metalof de la novela, hacinados, durmiendo tres personas por cama, donde no hay
luz ni gas ni agua. Allí en ese lugar del mundo las temperaturas son mínimas,
los fríos intensos provocan congelamiento de las tuberías, los alimentos se
compran por gramos teniendo que hacer muchas horas de cola para poder tenerlos,
la guerra es devastadora.
Estaba
a unos pocos pasos de la escalera que me llevaría a la biblioteca del Pepan,
solo dos escalones, mi sed me consumía. El frío me rozó, haciéndome estremecer.
Recorrí ese tramo toqué suavemente la puerta, ésta se abrió. Una luz intensa me
cegó, la guerra era feroz, y como salida de la bruma anaranjada que provocaban
las bombas, veo a Tatiana corriendo detrás del camión que transportaba a
Alexander al frete de batalla. Su corazón está a punto de estallar, quiere
decirle, gritarle que tendrán un hijo, pero es en vano, el transporte ya se
encuentra en medio del lago congelado, la palidez de Tatiana es cadavérica,
reprimida en las ansias de correr tras Alexander cae de rodillas, en el preciso
momento en que una ráfaga de metralla impacta en el vehículo y hace que el lago
se abra en dos devorando el camión ¡cuánto dolor! Alexander desaparecía de su
vista y de la vida. Con el pecho oprimido salí de la biblioteca descendí los
doce escalones, me senté en el último, puse la cabeza sobre mis rodillas como
esperando relajarme, el aire estaba muy frio, peligroso para mi salud.
Parte
de mí murió con Alexander sin embargo la esperanza de saber que Tatiana dará
vida me estimula a encontrar otra historia que haga volar mi imaginación.