Parada
frente al espejo, éste me refleja devolviéndome una imagen que hace mucho no
veía, me gustó “comprobé que todo estaba bien”, coloqué en mi cuello la cadena
con la inicial de mi nombre que me regaló mamá, tomé el abrigo, la cartera y
salí a la calle dispuesta a disfrutar de ese día, estos últimos años en los que
me dediqué a cuidar a mis padres, hicieron de mí un ser sin muchas expectativas
en el futuro, postergué muchas cosas y así fue que mi vida ha ido pasando sin
pena ni gloria.
Hoy casi a
los cuarenta años, siento la necesidad enorme de vivir, sé que por ahí todo va
a ser distinto, mi buen trabajo y mi profesión van a ayudarme a salir adelante.
Llegué al
centro, miré vidrieras, compré cosméticos, también ropa, fui a la peluquería,
me sentía libre. Era casi mediodía cuando me di cuenta que hacía muchas horas
que había desayunado, caminé buscando un lugar donde pudiera comer algo rápido,
debía regresar temprano porque luego tendría el cumpleaños de una amiga, de
golpe noté que alguien se acercaba a mí, metida en mis pensamientos y por cosas
del azar tropecé con él, casi me voy al
suelo pero sus fuertes brazos evitaron la caída, se veía muy guapo, simpático,
digo esto porque su rostro lucía una hermosa sonrisa, llena de blancos dientes,
todo lo vi en un segundo, un par de ojos grises extremadamente bellos de largas
pestañas espesas, las cejas oscuras que junto a un mechón de su pelo que al
agacharse se juntaron con ellos, daban un marco a ese rostro tan bello.
“¿Marcela?”
me preguntó sin apartar su vista de mí, lo miré encandilada, no sé por qué dije
“Si!”, tal vez porque quería que ese momento no terminara nunca. “Marcela”
volvió a repetir, “¿No te acordás de mí?”, a duras penas salí de ese estado, me
sentía estúpida, escondida como una colegiala, “Si” dije, “pero no recuerdo tu
nombre”. “Marcos”, dijo, “Marcos Urrutia” “¿Cómo andas tanto tiempo?” “Ya lo
ves (respondí), por el suelo”. Nunca dejé de sonreír.
“Quería
saber de Marcela”, “¿Quién era o fue?” “¿Qué significó en su vida?” “¿Algo
importante, quizás?”, mi mente era un remolino, “¿Qué decir?” esperé que
hablara “¿Entrabas al bar?” preguntó, “Si, salí temprano, tenía hambre” “Te
puedo acompañar, tengo una hora para volver a la oficina” “Si, me encantaría”
dije tímidamente.
El lugar
era pequeño, muy cálido, el olorcito a comida rápida se hacía presente. Los
sentidos jugaban entre emociones y aromas, el corazón galopaba como un caballo
desbocado. “Hoy tengo mi día libre” le dije, como para decir algo.
Me habló de
él, de su trabajo, aspiraciones, preguntó por mí. Sin saber por qué, en un
momento le confié toda mi vida. Cuando miré el reloj y dije “Marcos, ¿y la
oficina?”. ”Para temprano es tarde” contestó, y ambos reímos desenfrenadamente.”
Me encanta tu sonrisa” dijo. “Y a mí la tuya”.
Salimos del
bar, caminamos mucho, llegamos a una plaza, tomamos un helado. Casi sin darme
cuenta estaba cerca de casa. Me acordé del cumpleaños de Cristina” Luego la
llamo”, pensé.
“Yo vivo a
dos cuadras de aquí”, le dije. “Bueno, te acompaño, ¿Querés?”. “Si”, respondí.
Llegamos a la puerta de casa.
Un sentimiento de culpa rondó mi mente. Me di vuelta rápidamente. Casi sin
pensarlo le dije “Marcos, me llamo Marta. Marta Sánchez.”. Me miró sonriendo y
me dijo “Intenté ser adivino y me falló.” Tomó mi mano, la besó dulcemente,
colocó en ella el dije con la inicial de mi nombre. “Se te cayó al caerte”,
dijo. Me miró profundamente y preguntó “¿Nos vemos mañana?”. “Si, dije.”
Cerré la
puerta, me recosté en ella, besé la inicial de mi nombre. “Gracias Mami”, dije,
“Marcela no existe.”