lunes, 8 de diciembre de 2014

Lluvia.

Las gotas de lluvia resbalan
Sobre mis labios ardientes,
Tus hábiles manos exploran
Lugares ocultos
Y me encuentro entre tus brazos

Muriendo de placer.

Del otro lado del puente.

El sol de la tarde cubre de dorado el paisaje, ella está en el jardín, la tarde es dulce y triste, la algarabía de los pájaros en los arboles dan una sensación de paz, el viento arremolina las hojas de su alrededor cubriendo sus pies como atrapándolos. El pequeño pueblo está enclavado en medio del paisaje, de verde follaje y flores silvestres, el rio que lo cruza en forma ondulante baja de la montaña como acariciándolo, al chocar el agua con las piernas del cauce forma pequeñas cascadas dándole al lugar una sensación maravillosa, parece sacado de un cuento.
Para llegar hay que cruzar el puente, este los separa de la gran ciudad. Se detuvo allí en el pasado, no buscó culpables ni responsables, lo que pasó, pasó, sabía que la culpa era compartida.
Como todos los veranos, la gente de la ciudad cruzaba el puente dispuestos a pasar gratos momentos en este hermoso lugar. Lo vio llegar rodeado de amigos, algo diferente en su cuerpo la movilizó, sintió mariposas a su alrededor, sus dieciséis años ya dejaban ver que pronto sería una hermosa mujer. Servía las mesas en la posada de sus padres, sus miradas se cruzaron y supo que a partir de ese momento, nada sería igual. El tiempo no conto, todo paso tan rápido, quiso vivir cada momento, los brazos de él la aprisionaban, la hacían sentir mujer, esos ojos verdes la enloquecieron, y murió de amor entre sus brazos.
El romance fue fugaz, duro lo que un fin de semana, se tomaron de las manos, se hicieron miles de promesas, planes y proyectos, pero todo eso quedo atrás, supo que a partir de ese momento su vida cambiaba, supo que ya no sería más la niña del flequillo y las trenzas, era una mujer que un día enloqueció por unos ojos verdes que la miraban del otro lado del salón. Lo vio cruzar el puente, se fue sin siquiera darse vuelta. La tarde cayó, nada queda de todo aquello, no hay recuerdos ni pasado, el alma y el universo en sintonía, solo historia de algo que fue, todo quedo atrás, una sensación de paz ilumina su rostro.
Fue un momento maravilloso, un noviazgo corto en el que descubrió el amor, ella no quiere que se mueran los recuerdos, por eso, cuando algunas tardes caen, ella va hacia el puente y mira…
Los años han pasado, todo ha cambiado, pero su recuerdo y su corazón siempre estarán del otro lado del puente.

Libertades fundamentales.

     Giro mi cabeza y veo el camino recorrido, me voy alejando, los inmensos muros quedan atrás, la enorme puerta de hierro se cerró dejando en el aire ese sonido a metal.
      Los años han pasado, detrás de esas paredes dejo parte de mi vida, vida que se fue gastando de tanto añorar la libertad, libertad que perdí siendo muy joven y que nunca valoré. La vida fácil, el alcohol, las drogas, me llevaron a esta situación, no conté con una familia, ni padres contenedores, no tuve nunca un plato de comida caliente ni una mamá que me diga “te amo”. No quiero justificar mis hechos pero aquí tuve mucho tiempo para pensar, libertad de pensamiento, libertad de conciencia, libertad de expresión, son dones otorgados por alguien superior como tal debo llevarlos como estandarte en mi nueva vida, debo recuperar lo perdido, el respeto humano, el pudor, la dignidad, la vergüenza, todos esos valores que hacen a una persona de bien.
      Sé que tendré que pedir ayuda, sé que estoy marcado por el estigma de la cárcel ¿Habrá alguien que quiera ayudarme? Tendré que luchar mucho, hasta pienso que va a ser muy difícil, pero lo que sí sé, que dejaré mi vida en el intento, porque lucharé hasta el último minuto para no volver a perder mi libertad.

El viejo de la plaza.

El viejo de la plaza.

Alrededor de las ocho de la mañana la ciudad comienza a tener vida, la niebla al disiparse deja al desnudo los altos edificios de la imponente city. Lugar donde empresas de renombre juegan día a día el juego del que más tiene. Sentado en el banco de piedra de la plaza él estaba allí, siempre estaba, quizás ese también era su lugar de descanso, miraba a todas aquellas personas que caminaban presurosas, elegantes mujeres con sacos de piel y tacones altos, hombres de largos sobretodos llevando en sus manos finos portafolios, bajaban de sus autos de alta gama, que luego sus choferes retiraban.
Al caer la tarde corría un viento helado, él estaba entumecido de frio, su viejo cuerpo temblaba y el castañetear de sus dientes sonaba como una triste melodía.
Quería arrancar el dolor de su vieja vida y seguir adelante para no morir, en sus manos un viejo periódico, que de tan viejo y manoseado, ya estaba amarillo. Lo miraba con amor y luego del mismo modo lo guardaba entre sus ropas, quizás abrigaba su pecho en noches de crudo invierno.
Un día, en una de esas oficinas, alguien comentó que muchos años atrás él también formó parte de esa vorágine. Pero una mala acción con su familia lo llegó a perder todo, su esposa nunca lo perdonó, separándolo de su hijo.
El licenciado Olasabal tenía en sus manos una humeante taza de café que al beberlo lo reconfortaba, el frio era intenso.
Se encontraba mirando hacia la plaza a través del inmenso ventanal desde allí llegaba a verlo mientras escuchaba a sus empleados hablar de él, escuchar y pensar fue todo uno, quería saber más dejó la taza, tomó su abrigo y por las escaleras descendió los cinco pisos que los separaban de la planta baja, pensaba -¿Qué estoy haciendo? ¿A mi qué me interesa?-, pero ya estaba cruzando la plaza, cuando llegó, se sentó a su lado, se sacó el sobretodo y poniéndolo sobre los hombros del viejo le dijo –Tome, para que se abrigue, esta noche va a ser muy cruda.- En ese momento ve en sus manos temblorosas un periódico, lo mira y ve una foto suya, la del día de su graduación. Se miraron profundamente como queriendo reconocerse, al joven se le llenaron los ojos de lágrimas y apretándolo sobre su pecho, lloró.
¿Cuántas veces pasó a su lado sin mirarlo? El crudo invierno quiso que ese día lo viera, lo miró, navegó en la profundidad de esos ojos y la verdad llego a su corazón, al que tenía en sus brazos era su padre, no tenía dudas, su corazón se lo decía a gritos.

Pensando en ti.

Nadie vive por siempre.
El amor te da alas,
te hace volar.
Cicatrices de piel y de sangre en mi cuerpo,
la vida no vale nada.
El aire está viciado de odio y de muerte,
no sé dónde voy
pienso…
¿Quizás habrá algún lugar agradable,
donde la vida pase sin que me dé cuenta?
Por los prados del pensamiento
dulce y silencioso
mi alma serpentea
con los pies sobre la tierra.
La lluvia de verano cae sobre mi cabellera,
bebo el agua fresca del manantial.
Mi sed es saciada.
 Por lo que fui, por lo que soy, por lo que seré mañana.
Trato de morir, pero pensando en ti.

Sed.

Leningrado, 1941. La guerra ésta lejos, Tatiana y Dasha Metalof viven en un minúsculo departamento con sus padres, sus abuelos y el hermano mellizo de Tatiana. La vida es dura con Stalin, pero ni siquiera imaginan las privaciones que aún les espera. La luz entró a través de la ventana desparramando la mañana por toda la habitación, Tatiana Metalof dormía el sueño de los inocentes, el sueño de la alegría de las cálidas y blancas noches de Leningrado, de los jazmines en junio, pero sobre todo rebosante de vida dormía el sueño exuberante de la intrépida juventud.
No durmió mucho más.- Levántate ahora mismo escuchó. Dentro de unos minutos transmitirán un anuncio muy importante por la radio. - mamá, ¿qué anuncio?, espió de reojo la expresión  tensa de su madre ¿Qué anuncio?,- transmitirán un anuncio del gobierno dentro de unos minutos. Eso no era frecuente, algo pasaba.
Sonaron unas descargas estáticas en la radio, eran las doce y media del 22 de junio de 1941.
-Hombres y mujeres, ciudadanos de la Unión Soviética, el comandante Stalin me ha encomendado la lectura del siguiente comunicado, anuncian en la radio. A las cuatro de la mañana sin una declaración de guerra las tropas alemanas han atacado nuestro país y han efectuado bombardeos aéreos. El gobierno los llama, ciudadanos y ciudadanas para que los agrupéis todavía más estrechamente alrededor de nuestro partido bolchevique. Nuestra causa es justa, el enemigo será aplastado, la victoria será nuestra.
No he podido despegarme de mi libro de turno ni un solo momento, pienso: ¿cómo será mi día cuando no tenga qué leer? durante cinco minutos no hubo manifestaciones de guerra sólo un precioso domingo de junio en Leningrado, Tatiana desvió la vista un momento y vio a un soldado que la miraba desde otro lado de la calle, Leningrado estaba llena de soldados pero ese la miraba con una expresión que nunca había visto antes.
No acababa de decidir si él tenía más o menos su misma edad, no parecía mayor, era un joven que la miraba con los ojos de un hombre. Él vino a sentarse en el banco, compartieron el silencio, -¿cómo podrían compartir el silencio si acababan  de conocerse?, es más, no se conocían en absoluto, ni siquiera el nombre ¿Cómo podrían compartir nada?
En cada libro que he leído hay una historia  que he vivido intensamente, en mí esas fantasías se hacen realidad, en vano trato de apartarlas.
En unas horas tengo que ir al Pepan, pero ésta lectura me consume, ésta sed de leer anula cualquier esfuerzo de mi voluntad, ¿Cómo no interpretar a los personajes si a veces mi propia historia es similar?
Me vestí de prisa, sabía que tenía que salir rápidamente, sino no lo haría. Llegué al Pepan, tenía que entregar trabajos a mi profesor de relato de vida, abandoné el coche que me llevo pensando en Alexander y Tatiana, protagonistas de la novela que estoy leyendo, ¡Cuánto amor los une!, tanto más después de haber probado el dulce fruto de la pasión.
En la más horrible de las situaciones, como el inicio de la guerra nace en ellos la más hermosa sensación de sus vidas, el amor.
Entrega y horror. La guerra estalla del otro lado del rio, Hitler contra Rusia. Esa noche los sonidos a bombas fueron intensos, los gritos de las madres y todo eso no me dejaba escuchar ni entender los relatos de mis compañeros porque en mi mente estaba en el último capítulo de la novela. No podía imaginar el final, me puse de pie. Por mi mente pasó como dulce sinfonía la palabra biblioteca, no lo pensé dos veces, solo pedí permiso y salí. Sabía que el libro estaba allí porque lo había visto sobre el escritorio de la biblioteca. El trecho que me separa del patio es extenso, recorro una hermosa galería luminosa de amplios ventanales, por donde la luz del día se filtra como un regalo de la naturaleza. A la derecha, amplios salones de techos muy altos y pisos de madera, cálidos, limpios y amplios, nada que ver con los minúsculos ambientes donde viven los Metalof de la novela, hacinados, durmiendo tres personas por cama, donde no hay luz ni gas ni agua. Allí en ese lugar del mundo las temperaturas son mínimas, los fríos intensos provocan congelamiento de las tuberías, los alimentos se compran por gramos teniendo que hacer muchas horas de cola para poder tenerlos, la guerra es devastadora.
Estaba a unos pocos pasos de la escalera que me llevaría a la biblioteca del Pepan, solo dos escalones, mi sed me consumía. El frío me rozó, haciéndome estremecer. Recorrí ese tramo toqué suavemente la puerta, ésta se abrió. Una luz intensa me cegó, la guerra era feroz, y como salida de la bruma anaranjada que provocaban las bombas, veo a Tatiana corriendo detrás del camión que transportaba a Alexander al frete de batalla. Su corazón está a punto de estallar, quiere decirle, gritarle que tendrán un hijo, pero es en vano, el transporte ya se encuentra en medio del lago congelado, la palidez de Tatiana es cadavérica, reprimida en las ansias de correr tras Alexander cae de rodillas, en el preciso momento en que una ráfaga de metralla impacta en el vehículo y hace que el lago se abra en dos devorando el camión ¡cuánto dolor! Alexander desaparecía de su vista y de la vida. Con el pecho oprimido salí de la biblioteca descendí los doce escalones, me senté en el último, puse la cabeza sobre mis rodillas como esperando relajarme, el aire estaba muy frio, peligroso para mi salud.

Parte de mí murió con Alexander sin embargo la esperanza de saber que Tatiana dará vida me estimula a encontrar otra historia que haga volar mi imaginación.

Deseo

Dame un poco de agua
Tengo la boca seca,
Los ojos se me cierran
No puedo respirar,
Tómame de las manos
Suspírame un “te quiero”
La noche está muy cerca

Ya no te puedo ver.

Con el tango a flor de piel.

Domingos de mi infancia: recuerdos gratos ¿Cómo y en qué momento, este sentimiento me atravesó la piel y se metió en mi alma?
     Cierro los ojos y recuerdo el barrio de mi infancia, el cerco de madreselvas que bordeaba toda la casa, la parra, las glicinas, la quinta, el limonero, “los fideos del domingo”, aromas inolvidables, cierro los ojos y escucho la radio del vecino trasmitiendo las carreras de auto a todo lo que da, del otro lado Doña Luisa la vecina escuchando a Antonio Tormo, y así en todas las casas del barrio.
Cuando el alboroto del mediodía pasaba, el olorcito a pasteles o buñuelos arrasaba, tarde de frio otoño que acariciaban, nuevamente la radio se hacía presente con los partidos de fútbol, Boca, River, San Lorenzo, partidos de rompe y raja como decía mi papá; Cuando todo esto terminaba llegaba lo mejor, el club del barrio pasaba música a pesar de mi corta edad escuchaba las letras de los tangos, quería aprenderlos, el primero que aprendí fue uno que decía:
 “Tomá estas monedas,  no pago con ellas las horas de amor”.
¡Qué letras! ¡Qué poemas!, cuanto dolor, rencor, resentimiento expresado en esos versos, algo en mí se movilizaba, con el tiempo supe que la orquesta era de Juan D’arienzo y letra de Carlos Bahr y lo cantaba Alberto Echague ¡Incomparable!.
El destino quiso que me casara con un tanguero, nos pasábamos horas adivinando letras, orquestas, autores.
Y así fue pasando la vida,  cuando fuimos grandes, la radio ya no estaba, ni los partidos, pero sí en la sobremesa dominguera con los primos cantábamos tango, cada uno tenía su caballito de batalla, el mío siempre fue “De mi barrio”, uno de mis primos nos acompañaba con la guitarra, ¡Qué tiempos! ¿Será cierto que todo tiempo pasado fué mejor? No sé, solo sé que ese sentimiento quedó grabado en mí para toda la vida.
Tango, gotán ¡Identidad de un país!



                                                                          Nilda Torrico (Nyl)

Anhelo.

Anhelo


Es tan difícil capturar la luz,
Como imposible es capturar tus pensamientos.
Vueltas doy a tu alrededor
Y ni siquiera percibes mi aliento
Pediré a la Virgen de los Milagros
Que algún día pueda
Navegar en el mar de tus deseos.

Deseo


Dame un poco de agua
Tengo la boca seca,
Los ojos se me cierran
No puedo respirar,
Tómame de las manos
Suspírame un “te quiero”
La noche está muy cerca
Ya no te puedo ver.


Adios a un Genio.

Aprendí a conocerte
a través de mi hijo
por los años 80
Soda vibraba
en las paredes de mi casa.
El corazón nos late
a paso acelerado
cuando pase el temblor
todo será recuerdo.
Hoy se nos fue un genio
las gracias son totales
el músico se fue
nace la leyenda.
Por los prados del sentimiento
dulce y silencioso
tu recuerdo sonará
Cual música ligera.
Gracias Gustavo
porque hiciste cantar y bailar
a un adolescente
llamado Alejandro.

                       Para mi querido hijo.


http://warp.la/wp-content/uploads/2013/05/CERATI.jpg


Utopia.

En cada plaza
En cada esquina
Tu recuerdo anida en mí
Ven dulce reina mía
Sube al caballo alado de los sueños

Y recorramos juntos nuestras fantasías.

Yo soy el LOBO

Era tiempo de cosecha en una aldea lejana, llegan a ella obreros de toda la comarca, trayendo consigo el espíritu del trabajo.
En ese poblado hay una granja llena de animales en la que se distingue un lobo, que cansado de vagar por esta vida, teniendo que matar para vivir decide convertirse en un ser herbívoro, compartiendo el lugar con los animales de la granja, y alimentándose con pastos de los campos.
Es el lobo más viejo que pisó la tierra, ahora convertido en un simple cuadrúpedo herbívoro, vive en esa granja junto a ovejas, caballos, cabras y con aves de corral, con los trabajadores y los dueños del lugar.
He aquí que todos se burlaban del viejo lobo que camina con paso cansado. Su pelaje canoso y desecho de tantas batallas, sus ojos semi cerrados le dan un aspecto triste, en su hocico se reflejan heridas de crueles batallas.
El caballo proyecta su mirada desde lo alto de sus ojos, humillándolo, dado que su especie es voraz y ahora come pasto como él. También las ovejas se burlan, saltando con destreza a su alrededor… porque come pasto, la cabra no pierde oportunidad de empujarlo con sus cuernos mientras el descansa, hasta su dueño, un viejo gordo y sudado se vanagloria de tener un lobo herbívoro. Él vive sus últimos días soportando todo ese desprecio, por no querer tener una vida violenta.
Cierto día, la casa se viste de fiesta, entre música y vino se celebró el final de la cosecha. El viejo animal es objeto de burlas, le ponían carne en el hocico, le tiraban vino en los ojos, riendo y golpeándolo , cansado, acosado, maltratado volvió al corral, su lugar, al llegar escuchó las risas de las aves que allí se encontraban.
Al amanecer del otro día, el gallo no cantó, una extraña sensación sacudió el lugar. A medida que el sol despuntaba, una visión estremecía el paisaje. La pradera estaba vestida de rojo, todo era silencio, ya no se escuchaba la charla de la gente ni el murmullo de los animales. Apenas el vuelo de algún carancho que destrozaba los cuerpos tirados en los campos, todos muertos.
Solo una figura se dejaba ver a través de la niebla del amanecer, erguido y orgulloso pisoteando cuerpos caminaba el lobo relamiendo sangre sin mirar atrás.
Se alejó del lugar, pensado: - Yo solo buscaba tranquilidad. Y esta reflexión salió de su boca.- Al fin y al cabo yo soy un lobo…