Buenos Aires, año 1918.
-¿Qué hora
es? Dijo refregándose la cara, con el pelo revuelto, mareado y medio enclenque.
Se dio vuelta y abandonó la cama. Al querer prender un cigarrillo, tiró la
botella vacía que en la mesa de luz descansaba. La caña y otras hierbas habían hecho
estragos. De reojo miró a la percanta que plácidamente descansaba. ¡Levantate
che! (grito) –Tenes que ir a laburar. La joven se levantó de un salto y vistiéndose
rápidamente, salió del conventillo.
-El malevo es muy malo, el mismísimo demonio (le dijo el
gringo que temprano en el patio ya mateaba). La muchacha sin decir nada, se fue
rapidito hacia la fábrica.
La fama de
guapo de este hombre, recorría la Boca y otros barrios. Nadie se animaba a
molestarlo. Se tejían leyendas que aumentaban su fama de cruel y sanguinario,
se decía que nadie manejaba el cuchillo con tanta destreza. Su pinta de
compadrito lo pintaba de cuerpo entero. El pelo lacio, renegrido y
brillosamente engominado. El sombrero descansándole en la cara. De mirada
siniestra y en la boca una sonrisa irónica. Con la brasa del cigarrillo casi quemándole
los labios. Usaba la camisa arremangada, el pañuelo blanco anudado en el cuello
y los tiradores sueltos sobre el pantalón. En cuanta trifulca había, él estaba.
Se ufanaba de sus bravuconadas. Mientras la sangre corría como un rio el “Malevo
Rasedo” disfrutaba.
La muchacha comenzó
a llegar más tarde. El guapo despacito, tomándose un mate, le preguntaba: ¿Qué pasa,
porque llegas tarde? Ella no contestaba. Y mirándola de arriba abajo le decía:
- Está bien, aquí no ha pasado nada.
Un día la vio
salir de la fábrica, de la mano de un pálido gringo. Se acercó rápidamente y de
un salto ya estaba al lado. Sus pechos se juntaron, sacando su facón le gritó.
¡Traidora!. En el mismo momento se escuchó un disparo. Callo el guapo sobre el
pavimento, con la camisa blanca ensangrentada. Cuentan que esa noche el conventillo
se vistió de fiesta para celebrar. Porque un gringo sin historia ni leyenda, lo
había madrugado
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