martes, 22 de septiembre de 2015

La Metamorfosis de Eduardo

        Hacer que la vida sea luminosa y que los caminos que tenemos que recorrer exploten de felicidad es sumamente difícil. Por eso esta historia “es la vida”.
        Como todas las mañanas Eduardo fue el primero en levantarse, puso la pava para el mate y preparó tostadas con manteca. Cómo pasa el tiempo ya llevamos casi 5 años juntos. Creo que ese malhumor de los últimos días está pasando, quizás necesitamos unas vacaciones. 
        Me estoy bañando, el agua provoca en mí una sensación de alivio. Escucho que Eduardo me apura para el desayuno, pero todavía es temprano. Anoche no me contestó quién lo llamo tan tarde, cosas del trabajo tal vez.
        Bajo corriendo los quince escalones que me llevan a la cocina, qué linda está la casa, cuánta luz entra por la ventana. Cuánto sacrificio comprarla, cuando vuelva traeré flores para que todo esté más lindo. Eduardo lee el diario, una taza de café humeante al costado, él no toma mate, nunca se acostumbró. Qué buenmozo está y con esos bóxers es muy sexy. Ya estoy lista tomo unos mates y lo miro:
-Dale nene, que se hace tarde- me mira y responde – ¿Me puedo quedar un ratito más? Tengo fiaca. ¿No te enojás? ¿Te parece si nos encontramos a las cuatro?- Cómo decirle que no, si es tan lindo, nos besamos y salí de la casa plena de felicidad.
   -A las cuatro, cariño- me dijo, me di vuelta –A las cuatro- contesté –Que tengas un lindo día-. 
         Está un poco fresca la mañana, me pongo el saco que llevo en el brazo, me cuelgo la cartera, respiro profundamente y me dirijo al auto. -¿Dónde están las llaves?- siempre se van al fondo, cuando las busco no las encuentro. -¡Ah sí! Aquí están-. Arranco el auto, hoy voy a escuchar música, los noticieros te comen la cabeza. Creo que las cosas entre nosotros están encontrando un equilibrio, este último tiempo no ha sido muy fácil la convivencia, nos amamos. Lo vamos a superar.
        No tengo que olvidarme de ir a la verdulería, retirar la ropa del lavadero, ¡pagar los impuestos. -¡Uh! A que me olvidé las boletas, no lo puedo creer, ¡y el cheque! Qué despiste, tengo que volver el cheque tiene vencimiento. Mierda, qué  bronca, menos mal que estoy con tiempo, voy a dar la vuelta por la avenida, y vuelvo a casa. Menos mal que el tránsito está despejado. Al llegar veo que el auto del amigo de Eduardo está en la puerta de casa:
 -Qué raro- me bajo, y veo que dentro del auto no hay nadie, qué tipo raro éste, siempre lo invito a pasar y no acepta, se anuncia tocando bocina y despertando a todo el mundo. Quizás Eduardo dormía y está esperando que se duche, pobre, él que quería descansar. Maldita llave, siempre lo mismo. Bueno, aquí están. Pero este hombre está loco, cerró por dentro y dejó las llaves puestas, voy a tener que entrar por el garaje.
        Marcos nunca me cayó bien, lo conocí en aquella reunión en casa de la prima de Eduardo. Recuerdo que me miró mal, y si no le digo soy la  “mujer” de Eduardo, no se daba por enterado. Mi marido dijo que fue de mal gusto presentarme así, pero como la relación nuestra estaba maso maso, todo quedó así. Qué oscura está la cocina, cuando me fui las ventanas estaban abiertas, menos mal que el garaje y la cocina se comunican, recorro la planta baja y no veo a nadie. Miro hacia al piso de arriba donde están las habitaciones y un malestar recorre mi cuerpo. –Tengo fiaca- dijo -¿No te enojás si me quedo un ratito?-. Un sabor amargo llega a mi garganta, pero estoy loca, ¿qué me pasa?
        Subo lentamente los quince escalones que esta mañana bajé corriendo como una colegiala. Escucho voces, vienen de nuestro cuarto, también risas. Mi mente es un torbellino, el llamado de anoche  a deshora. No dijo quién llamó, ¡Por Dios! ¿Qué estoy pensando?; no, Eduardo no, no sería capaz. Tengo miedo, ¿Por qué decidí volver a casa? Yo estaba feliz, no debí hacerlo. Lo que sea que esté pasando allí tengo que saberlo, mi subconsciente me está jugando una mala pasada, me estoy comportando como una exagerada.
         Yo volví por los impuestos, todo es tan confuso, esto no es normal, Marcos tendría que estar en el auto esperándolo, no aquí, en nuestro dormitorio, pienso: -Me quedo otro ratito- dijo, ¡No! ¡No!. Estoy furiosa, tengo que saber qué está haciendo este hombre.
   “Mi mejor amigo” dijo Eduardo cuando lo presentó después de que yo le digiera “Soy la mujer de”. Cuánta información viene a mi mente. Tengo mi mano en el picaporte, la puerta se abre lentamente, me muerdo los labios, respiro profundamente. Creo que hasta me estoy sintiendo culpable por lo que estoy haciendo, pero ya no, de esto no hay retorno.
         Es imposible que esto sea real, el corazón se me sale del pecho.
-¡Eduardo! ¿Qué significa esto?- Mi voz ni se escucha, ellos fundidos en su pasión, sus cuerpos desnudos, sudados, ardientes; sus bocas unidas en un beso de amor. Tengo ganas de vomitar. Estoy sin aliento.
   Eduardo se aparta de Marcos, salta de la cama, trata de acercarse, estira las manos, para agarrar las mías. Yo abro los ojos cuando oigo que dice:
-Por favor, escúchame, déjame explicarte- Lo empujo, cae sobre la cama, vuelve a erguirse y me mira con profundo dolor. El olor de su cuerpo me repugna, lo único que pude decir antes de salir corriendo fue:
-Debí haberte llamado antes de regresar-.
-¡No, Ana, no!- Escuché detrás de mí –No me dejes, por favor, no me dejes-, el dolor se reflejaba en su cara. Eso fue lo último que escuche de Eduardo. Todo fue tan confuso.
   La tarde está fría, cruzo la plaza, siempre es igual, cuándo el reloj de la iglesia da las cuatro, escucho su voz que me dice –Hasta las cuatro, cariño-. Cuántas cosas pueden pasar en un mínimo de tiempo. O quizás ¿Cuánto tiempo le llevo Eduardo ser el amante de Marcos? Esto es la vida, y como ella es el aeropuerto de nuestras sensaciones, debemos aprender a volar nuestros propios avioncitos.


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