martes, 28 de junio de 2016

El tigre Racedo.

Buenos Aires,
Barrio de La Boca,
año 1918.

            -¿Qué hora es? Dijo refregándose la cara, con el pelo revuelto, mareado y medio enclenque. Se dio vuelta y abandonó la cama de un salto. Al querer prender un cigarrillo, tiró la botella vacía que en la mesa de luz descansaba. La caña y otras hierbas habían hecho estragos. De reojo miró a la percanta que plácidamente descansaba. ¡Levantate che! (grito) –Tenes que ir a laburar. La joven se levantó de un salto y vistiéndose rápidamente, salió del conventillo.
-El malevo es muy malo, el mismísimo demonio (le dijo el gringo que temprano en el patio ya mateaba). La muchacha sin decir nada, se fue rapidito hacia la fábrica.
            La fama de guapo de este hombre, recorría la Boca y otros barrios. Nadie se animaba a molestarlo. Se tejían leyendas que aumentaban su fama de cruel y sanguinario, se decía que nadie manejaba el cuchillo con tanta destreza. Su pinta de compadrito lo pintaba de cuerpo entero. El pelo lacio, renegrido y brillosamente engominado. El sombrero descansándole en la cara. De mirada siniestra y en la boca una sonrisa irónica. Con la brasa del cigarrillo casi quemándole los labios. Usaba la camisa arremangada, el pañuelo blanco anudado en el cuello y los tiradores sueltos sobre el pantalón. En cuanta trifulca había, él estaba. Se ufanaba de sus bravuconadas. Mientras la sangre corría como un rio el “Malevo Rasedo” disfrutaba.
            La muchacha comenzó a llegar más tarde. El guapo despacito, tomándose un mate, le preguntaba: ¿Qué pasa, porque llegas tarde? Ella no contestaba. Y mirándola de arriba abajo le decía: - Está bien, aquí no ha pasado nada.

            Un día la vio salir de la fábrica, de la mano de un pálido gringo. Se acercó rápidamente y de un salto ya estaba al lado. Sus pechos se juntaron, sacando su facón le gritó. ¡Traidora!. En el mismo momento se escuchó un disparo. Cayó el guapo sobre el pavimento, con la camisa blanca ensangrentada. Cuentan que esa noche el conventillo se vistió de fiesta para celebrar. Porque un gringo sin historia ni leyenda, lo había madrugado  

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