martes, 8 de agosto de 2023

ENTORNO.

             Mañana tibia, cielo luminoso, radiante luz.

Preparo el mate, acomodo mis cosas, unas ricas tostadas recién hechas. Hay una brisa suave, agradable, sin olvidar que tenemos un verano muy caluroso; atípico, dicen los que saben.

Día a día veo que la tierra se va agrietando, hay mucha sequía, las plantas lo sufren, contra la Naturaleza no se puede. El ritmo es otro, las aves van cambiando, alterando sus costumbres, lentamente se acercan, buscando los desagües de la pileta y también de la casa.

El problema es grave, pero no deja de ser hermoso estar rodeada de tanta vida. Loros, palomas, garzas, teros, cardenales y tantas otras especies. Las más grandes también se acercan: caranchos, cigüeñas, garzas blancas y también chajá. Estoy dentro de un paisaje multicolor, soy una más de los seres que habitan este lugar.

Días atrás se interrumpió la calma, una bandada de teros rompió el silencio, un ser caminaba sigiloso por el campo, buscando sus nidos. Allí estaban los huevos que ellos cuidan con mucho celo. Era un zorro gris, de pecho rojo que iba tras el alimento, ya que en su hábitat, el humedal, todo se ha secado. El intento fue en vano, y el zorro desistió.

El arroyo está seco, el hábitat se altera, y emigran hacia la ciudad.

Antes de comenzar con el mate, voy a poner la manguera a las pocas aromáticas que van sobreviviendo. Hace un tiempo, tenía unas plantas de tomates hermosas. Los frutos eran grandes y carnosos. Pero día a día, perdían sus frutos. Me llamaba la atención que, de un día para el otro, estos desparecían. O algunos estaban mordidos por un animal. Sin saber cuál era el motivo comencé a levantarme temprano, por si veía algo. No eran caracoles, ni tampoco hormigas.

Caminaba recorriendo el sembrado cuando de repente veo unos ojos enormes que me miran fijo. En su boca tenía uno de mis hermosos tomates. De golpe, corrió cerca de mí moviendo su cuerpo y su cola como un látigo. No supe qué hacer. Me quedé mirándolo como se perdía por la zanja de donde beben las vacas. Era un lagarto overo. Nunca lo había visto antes, sabía que existían, pero en el humedal. Salió de la nada, su color similar a la tierra, digo yo. Medía casi un metro. Me impresionó mucho, quizá él también se asustó de mí.

Si yo le cuento a la gente, que desde el patio de mi casa puedo ver la naturaleza en todo su esplendor, se reirían de mí, seguramente. Sabe Dios qué dirían.

Serpientes bien grandecitas, cigüeñas, garzas blancas, loros, palomas, caranchos, vacas, ovejas, cardenales, y muchas especies más; están a mi alrededor, vivo y convivo dentro de ese marco. Convivo porque dentro de mis posibilidades, les compro alimentos para calmar su hambre, y les proveo de hambre para calmar su sed.

Hoy va a hacer muchísimo calor. El mate está rico, también las tostadas. Me siento parte de este entorno increíble. Y pensar que vivo a quince minutos de una gran ciudad.

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