Mañana tibia, cielo luminoso, radiante luz.
Preparo el mate, acomodo mis cosas, unas ricas
tostadas recién hechas. Hay una brisa suave, agradable, sin olvidar que tenemos
un verano muy caluroso; atípico, dicen los que saben.
Día a día veo que la tierra se va agrietando, hay
mucha sequía, las plantas lo sufren, contra la Naturaleza no se puede. El ritmo
es otro, las aves van cambiando, alterando sus costumbres, lentamente se
acercan, buscando los desagües de la pileta y también de la casa.
El problema es grave, pero no deja de ser hermoso
estar rodeada de tanta vida. Loros, palomas, garzas, teros, cardenales y tantas
otras especies. Las más grandes también se acercan: caranchos, cigüeñas, garzas
blancas y también chajá. Estoy dentro de un paisaje multicolor, soy una más de
los seres que habitan este lugar.
Días atrás se interrumpió la calma, una bandada de
teros rompió el silencio, un ser caminaba sigiloso por el campo, buscando sus
nidos. Allí estaban los huevos que ellos cuidan con mucho celo. Era un zorro
gris, de pecho rojo que iba tras el alimento, ya que en su hábitat, el humedal,
todo se ha secado. El intento fue en vano, y el zorro desistió.
El arroyo está seco, el hábitat se altera, y emigran
hacia la ciudad.
Antes de comenzar con el mate, voy a poner la manguera
a las pocas aromáticas que van sobreviviendo. Hace un tiempo, tenía unas
plantas de tomates hermosas. Los frutos eran grandes y carnosos. Pero día a
día, perdían sus frutos. Me llamaba la atención que, de un día para el otro,
estos desparecían. O algunos estaban mordidos por un animal. Sin saber cuál era
el motivo comencé a levantarme temprano, por si veía algo. No eran caracoles,
ni tampoco hormigas.
Caminaba recorriendo el sembrado cuando de repente veo
unos ojos enormes que me miran fijo. En su boca tenía uno de mis hermosos
tomates. De golpe, corrió cerca de mí moviendo su cuerpo y su cola como un
látigo. No supe qué hacer. Me quedé mirándolo como se perdía por la zanja de
donde beben las vacas. Era un lagarto overo. Nunca lo había visto antes, sabía
que existían, pero en el humedal. Salió de la nada, su color similar a la
tierra, digo yo. Medía casi un metro. Me impresionó mucho, quizá él también se
asustó de mí.
Si yo le cuento a la gente, que desde el patio de mi
casa puedo ver la naturaleza en todo su esplendor, se reirían de mí,
seguramente. Sabe Dios qué dirían.
Serpientes bien grandecitas, cigüeñas, garzas blancas,
loros, palomas, caranchos, vacas, ovejas, cardenales, y muchas especies más;
están a mi alrededor, vivo y convivo dentro de ese marco. Convivo porque dentro
de mis posibilidades, les compro alimentos para calmar su hambre, y les proveo
de hambre para calmar su sed.
Hoy va a hacer muchísimo calor. El mate está rico,
también las tostadas. Me siento parte de este entorno increíble. Y pensar que
vivo a quince minutos de una gran ciudad.
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